Entrevista a Félix Rodrigo Mora
Posted in Autores, Félix Rodrigo Mora by paginatransversal on 24 marzo, 2012
Extraído de: La Ventana esmeralda
Entrevista a Félix Rodrigo Mora: la voz de la disidencia
“Yo sólo no puedo hacer lo que hay que hacer. Es necesario que se acabe el silencio de los buenos”
Presentación
Esta es la primera entrevista publicada en este blog, una primera entrevista que se ha hecho esperar pero que bien ha valido la pena.
El personaje entrevistado, no es un personaje cualquiera; se trata de un intelectual heterodoxo que ha sabido articular el encanto ancestral de la cultura popular y el valor intrínseco del estudio autodidacta, con la fuerza de la convicción que emana de sus reflexiones.
Calificado por algunos de visionario y demagogo, y por otros de idealista utópico, iluminado y hasta de clérigo frustrado, no faltamos quiénes queremos ver en él, al mismo tiempo, un filósofo, un poeta, un divulgador y un libre pensador que, cercano a las tesis libertarias, ha robustecido su aureola de ser humano de un inequívoco misticismo revolucionario.
Lleva recorriendo, incansable, España entera desde hace varios años, allá donde es invitado, siempre de manera generosa y con el único deseo de ser útil y de contribuir, desde un riguroso estudio de las fuentes históricas, a desenmascarar las mentiras con las que el academicismo servil y el adoctrinamiento más obsceno, han adulterado una verdad cuyo descubrimiento sólo es posible a través de una experiencia personal.
Partidario de una revolución personal sobre la recuperación de los valores éticos, como paso previo a un cambio revolucionario de carácter colectivo, fundamenta la construcción de una sociedad nueva, que él denomina “sociedad de la verdad”, en los valores tradicionales y en el retorno a los orígenes de la sabiduría popular.
Adalid de una cosmovisión integral del ser humano como creador de su propia realidad, todo su esfuerzo, fundamentado en el lema “esfuerzo y servicio desinteresado”, va enfocado a restituirle al individuo el poder que le ha sido usurpado y que lo ha sumido en una “felicidad” artificial que lo ha llevado al esclavismo.
Profundo conocedor de la Historia, considera que no es posible la Revolución del futuro sino está entroncada en la Tradición del pasado, estando su pensamiento imbuido de un nada disimulado estoicismo, a la vez que reconoce en el individuo, un manantial ilimitado de posibilidades sobre la base de la recuperación de los valores de la responsabilidad para con uno mismo, la cooperación y el apoyo mutuo.
Firmemente convencido de la inútil existencia del Estado como superestructura alienante, y ferviente defensor del carácter autogestionario de la Asamblea como legítima depositaria del poder decisorio comunitario y del Concejo Abierto como su órgano de su expresión, Félix Rodrigo Mora se ha convertido, por derecho propio y en su sentido más puro, en un paladín de la Libertad y, a través del aire fresco que respiran sus reflexiones, en un auténtico profeta de nuestro tiempo.
Recomendación previa
El extenso contenido de esta entrevista realizada a Félix Rodrigo Mora, y la profundidad de las reflexiones contenidas en sus respuestas, hacen aconsejable, por no decir que necesario e imprescindible, una lectura pausada, consciente y reflexiva.
Es perfectamente posible, sin que se pierda con ello un ápice de interés, la lectura parcializada de las cuestiones en ella planteadas, no obstante lo cual, para darle un sentido unitario a la entrevista, he preferido publicarla en un todo unitario y no en partes divididas.
Pocas veces he tenido la oportunidad de hacer una entrevista tan profunda, y de contar con un destinatario de tanta solera y enjundia como Félix Rodrigo Mora, por eso, es un verdadero privilegio, y también un gran honor, acoger en este humilde blog la presencia de un personaje de tanta sencillez como grandeza, una experiencia que me ha enriquecido extraordinariamente, y que hoy quiero compartir contigo.
La entrevista
En unos tiempos como los que vivimos, donde ningún quehacer parece tener sentido si no tiene por fin último la obtención de un beneficio material, un divulgador como tú, capaz de desplazarse hasta cualquier confín de nuestro país sin pedir nada a cambio, compartiendo tus vivencias sobre la búsqueda de la Verdad, ¿hace que puedas ser considerado un profeta de nuestro tiempo?
– No, no soy un profeta, más bien un pobre hombre (además de un hombre pobre) que hace lo que buenamente puede. Y soy tan pobre hombre que necesito muchísima ayuda, sí, ayuda, de todas y todos los que creen que el orden social, el ser humano y el sistema de valores han de ser revolucionarizados de raíz, para entrar en una etapa nueva de la historia de la humanidad. Necesito, o mejor, necesitamos, que más y más personas se vayan uniendo a la tarea de desarrollar el factor consciente, de crear ideas, de preocuparse por el todo, sin quedarse en las cuestiones a ras de suelo, en lo cotidiano, pequeño, inmediato y, por todo ello, no resolutivo en el plano estratégico. Yo sólo no puedo hacer lo que hay que hacer, ni siquiera el 0,001% de lo que hay que hacer. Es necesario que se acabe el silencio de los buenos. Éstos tienen que demostrar que lo son entrando en el combate de la ideas, pasando a la ofensiva contra la verborragia de los malvados. En consecuencia, no me dejéis sólo, no deleguéis en mí, no esperéis que haga lo que no puedo en modo alguno hacer.
En una época como la actual, donde todo conocimiento parece que tiene que ser obligatoriamente filtrado por la Inquisición doctrinal y la bendición universitaria para poder ser enseñado como veraz, ¿cómo es posible la recuperación popular del Saber?
– Para la recuperación popular del saber, para crear una cultura popular nueva y diferente de la pretendida cultura erudita, universitaria y credencialista, lo más importante es comprender qué es lo que debe hacerse. Con tal designio hay que adoptar una posición crítica antagónica frente a la escuela estatal (“pública” según el izquierdismo pro-capitalista) y la universidad, denostando consignas ultra-reaccionarias como “el hijo del obrero a la universidad”, que amenaza con confinar a la juventud popular en ese gran campo de concentración que es la universidad, destinada a convertir a cada uno de sus integrantes en un burgués descerebrado, ignorante, medrador, asocial y desalmado, y le tritura como ser humano. Una vez comprendida su necesidad hay que ponerse a trabajar, en el plano individual, elaborando respuestas a los grandes problemas de nuestro tiempo, y en el colectivo, haciendo lo mismo en grupo, en equipo, colectivamente. Para ello lo medular es ponerse al servicio de la voluntad de verdad. Así se realizaría la autogestión popular del saber y el conocimiento. Sé que hacer todo eso es extraordinariamente difícil, largo y trabajoso pero nunca me refiero a metas fáciles, porque éstas no llevan a nada y además nos degradan como personas.
Una de las claves en el proceso transformador del ser humano es discurrir, en tus propias palabras, desde un “pensamiento victimista hacia un pensamiento de la responsabilidad”, ¿podrías explicarnos los pasos necesarios de esta evolución?
– La retórica izquierdista convierte al sujeto en objeto, esto es, en cosa, en entidad pasiva carente de la fuerza y la voluntad de hacerse a sí misma y hacer al mundo conforme a principios de justicia, revolución y virtud. Eso se hace en buena medida con el victimismo, además de con el mecanicismo y el determinismo. La pretendida “víctima” se contenta con quejarse, llorar y en acusar a sus supuestos victimarios, y ahí queda todo. No reconoce su parte de responsabilidad, no se ocupa de forjarse a sí mismo como fuerza activa, no toma los grandes problemas de la condición humana, el presente y la historia en sus manos, y todo lo espera de la “ayuda” -jamás desinteresada- de fuerzas exteriores, el ente estatal sobre todo. La peor forma de victimismo es la del feminismo, al presentar calumniosamente a la mujer como una pasiva, infeliz, débil e incapaz víctima del hombre, y al hacer del Estado el nuevo “pater familias” destinado a “proteger” a aquélla de la supuesta vesania masculina. Así se dirige, de manera consciente y planificada, a destruir la esencia concreta humana en la mujer. Para superar el victimismo izquierdista y feminista los pasos serían: 1) someter a crítica el victimismo, 2) trabajar por realizar una rebelión cívica popular contra éste, en especial contra el feminismo de Estado, 3) admitir que uno mismo y una misma es sujeto, persona, ser humano, por tanto activo, inteligente, valiente y capaz, confiando en las propias capacidades y negándose a malvivir de la “ayuda” externa, 4) admitir en todo la propia responsabilidad, haciendo autocrítica de forma regular, 5) superar la pasividad y desmovilización propias del victimismo estando en la primera fila de todo lo difícil, arduo, peligroso y complejo para forjarse como ser humano de calidad, 6) tener una idea objetiva de sí, en la que cuente lo negativo tanto como lo positivo, haciendo de la existencia una lucha sin fin contra el propio mal interior, 7) ser el primero en auto-exigirse deberes, el último en demandar derechos y negarse siempre a recibir “ayuda” de las instituciones de poder, 8) vivir para servir y no para ser servido, 9) rechazar con rotundidad el paternalismo y el machismo de Estado, manteniéndose ajeno a las dádivas y ayudas estatales, siempre envenenadas, contrarias a la dignidad de la persona y muy degradantes.
La meta última que persigues con tu actuar reflexivo, a la par que experiencial, es lo que tú llamas el descubrimiento de la “Verdad”, ¿tiene ésta, a tu juicio, una naturaleza objetiva única o, por el contrario, tantas variantes como puntos de vista subjetivos desde la que pueda ser contemplada y qué significa para ti “la sociedad de la Verdad”?
– Quiero puntualizar que no acostumbro a poner verdad con mayúscula, aunque esto no puede captarse en las charlas, oralmente, que es donde más uso la expresión “sociedad de la verdad”. Mi idea de la verdad, se opone al absolutismo cognoscitivo, al dogmatismo filosófico, tanto como al relativismo propio de la banalidad postmoderna, que es la absolutización de lo relativo. La verdad posible, la asequible a la limitada y falible mente humana es finita, incompleta, impura, parcial, fluida y relativa a las condiciones de espacio y tiempo, sí, pero aun así y gracias a todo ello, razonablemente objetiva y, sin duda, auténtica y existente. Quienes niegan la realidad y posibilidad de la verdad finita y concreta es porque desean hacernos vivir en el error y la mentira, esto es, son fuerzas al servicio del Estado-capital que desean reconciliarnos con el espantoso mundo actual, el de la propaganda y el aleccionamiento, la manipulación ilimitada de las mentes, la credulidad, los narcóticos espirituales, las religiones políticas, las supersticiones y creencias más majaderas, la atrofia de las capacidades cavilativas del sujeto, y como consecuencia, la nada espiritual y la destrucción de la esencia concreta humana en lo que tiene de más sustantivo, la facultad reflexiva. Añado que la verdad tiene un componente universal, que corresponde a lo que todas y todos tenemos en común, la condición humana, y otro particular, subjetivo, que dimana de las formas concretas de existencia y experiencia personal. Por eso debemos unirnos, para transformar el mundo, sobre la base de lo común, que es lo más sustantivo, no sobre la base de una coincidencia o identidad total, lo que no es ni posible ni deseable.
Son muchos los que enarbolan la bandera de la transformación social recurriendo a las más variadas formar de actuación en la sociedad, ¿por qué consideras, sin embargo, al activismo tan peligroso?
– El activismo es recusable por tres motivos, 1) porque es un obrar sin pensar, por tanto un atentado a la dignidad de la persona; 2) porque al ser irreflexivo absorbe, como contenidos, la política socialdemócrata, siendo por tanto un procedimiento por el cual el capitalismo se protege a sí mismo; 3) porque daña y devasta al sujeto de manera descomunal dado que como muestra la experiencia nadie es capaz de ser activista más allá de unos años, dejando a un lado ciertos sujetos (profesores y otros agentes del Estado) que viven de fomentar e imponer el activismo. El activismo es un modo de destruir la esencia concreta humana en la juventud. Frente al sujeto activista hay que construir el sujeto revolucionario, que unifica pensar e intervenir al servicio de la idea de transformación integral y recuperación de lo humano.
En muchas de tus charlas y conferencias, has hablado de que “el ser no pensante” en que se ha transformado el ser humano contemporáneo hasta convertirse en un autómata servil, tiene su origen en el momento en que, en vez de gestionar por si mismo su propia vida, prefirió que otros lo hiciesen por él, ¿a qué época de la historia tenemos que remontarnos para encontrar el origen de esta dejación de responsabilidades?
– Esa dejación de pensar, primero forzada, pero hoy desgraciadamente anhelada por muchos, tiene lugar con la revolución liberal y constitucional, entre nosotros, con la Constitución de 1812. Al crearse un Estado hipertrofiado, gigantesco, capaz de apropiarse para sí de todas las actividades, sociales y personales, el sujeto es convertido en mera nada, en ser despojado de deberes y obligaciones, para el cual hay sólo cinco actividades posibles: practicar el servilismo, producir, consumir, odiar a sus iguales y autodestruirse. Sin hacerse cargo de la totalidad de su vida, de manera directa y no delegada, el ser humano no puede ser eso, humano. Por tanto hay que desmontar el Estado, para autogobernarnos y no ser gobernados por él, y hay que liquidar el capitalismo, para hacernos cargo de todas las funciones productivas de manera directa. La inteligencia, la voluntad, la fortaleza de ánimo, el dominio del lenguaje, la sociabilidad, el amor en actos, el vigor físico y la práctica de la virtud no pueden desarrollarse más que en la vida autoconstruida, o en la lucha por ella.
Tu pensamiento se fundamenta en la recuperación del ser humano integral sobre la base de la ética y en consonancia con la naturaleza ¿existe, a tu juicio, alguna diferencia entre la ética y el derecho natural?
– Ética es, según mi criterio, un saber-hacer sobre la conducta humana que se admite por convicción interior, sin que haya coerción alguna del Estado o de la sociedad. La ética, no puede imponerse. Hay una moral social, que dimana de un consenso social libre, y una ética personal, según la cual el sujeto organiza por libre albedrio su modo de obrar, sus costumbres sobre todo. El derecho es, por el contrario, coercitivo. Lo crea el Estado, como sucede hoy, o lo crea la sociedad, como en nuestro fueros municipales y cartas de población medievales (derecho consuetudinario) y como ha de acontecer en una sociedad libre futura. El derecho se impone mediante una sanción: quien no lo respeta en punido. La ética ha de emerger de la convicción interior más pura, y se respeta o no se respeta, por libre determinación de cada persona. Por eso la ética es superior al derecho: a más ética más libertad, mientras que a más derecho menos libertad. De ahí que quienes combaten la moralidad, los seguidores de Nietzsche por ejemplo, son los peores liberticidas, los más agresivos agentes del Estado, pues a menos moralidad más aparato estatal. El derecho y la ética han de ser naturales, deben emerger de la naturaleza humana, no de los intereses del Estado, no de las religiones (siempre vinculadas al Estado, del que son un apéndice por lo general). Tienen que construirse desde la experiencia, no desde las teorías y las escuelas doctrinales. Hoy una moral experiencial es tan imprescindible como urgente. De todo lo expuesto se deduce que en una sociedad bien organizada, el derecho ha de ser mínimo y la moralidad máxima, justo lo contrario de lo que sucede hoy. En efecto, las sociedades hiper-estatizadas son todo derecho y nada moralidad: eso es catastrófico para lo humano y magnífico para el capitalismo.
En ocasiones, has manifestado tu ateísmo confeso pero también que eres un ser espiritual, ¿cómo se explica esta aparente contradicción y qué significa la espiritualidad para ti?
– Estoy a favor de una espiritualidad natural, una espiritualidad sin religión, dado que no soy creyente, de lo que me enorgullezco. Crear hoy una espiritualidad no religiosa es decisivo y a ello voy a dedicar una parte concluyente de mi actividad en el futuro inmediato. Eso no significa que sea una espiritualidad ofensiva contra las religiones, con las que se puede coincidir en bastantes cuestiones, aunque no hay que olvidar que en general aquéllas son instrumentalizadas por el Estado y el capitalismo para agredir al pueblo y someterlo. Véase ahora la negación de la libertad de conciencia con persecución del ateísmo que padecen los países sometidos a la religión islámica, algo intolerable, pues sin libertad de conciencia, no puede haber autoconstrucción libre del sujeto. Yo respeto a las religiones, y no me importa, antes al contrario, trabajar junto con los creyentes de buena voluntad, aunque me queda la duda de si las religiones institucionales, las jefaturas teocráticas, me van a respetar a mí, sobre todo las más dadas al totalitarismo, que persiguen a muerte a la increencia e incluso a las otras religiones. Deseo añadir que aunque soy ateo no me agrada llamarme de ese modo, dada la persecución sangrienta que el ateísmo ha hecho de las personas religiosas, por ejemplo en la URSS, o aquí en la guerra civil. Para la revolución integral es necesario que el pueblo esté unido y por eso observo con desagrado a quienes quieren dividirlo en creyentes y no creyentes, o en izquierda y derecha, o en hombres y mujeres, o en de esta raza “superior” o la otra, o en jóvenes o mayores, o en homosexuales o heterosexuales. No, el pueblo es uno y plural y cada uno de sus integrantes, mujeres y hombres, ha de practicar el universalismo en convicciones y actos. Espiritualidad es fomentar las funciones naturales propias del espíritu, la inteligencia, el libre albedrio, la convivencialidad, la sensibilidad, el desinterés, la fortaleza interior, la valentía, la renuncia al propio ego, el amor como esfuerzo-servicio-sacrificio, el aprecio por la belleza, el sentimiento de fusión con la naturaleza, la templanza y la pasión por la verdad. Para mí el ser humano es ante todo espíritu (espíritu natural) y ha de crearse pues una sociedad en que lo espiritual sea lo determinante, sin olvido de lo material.
De tus palabras y de actuar ejemplarizante, se deduce que eres un hombre al que bien podría calificarse de un auténtico humanista, sin embargo no parece que esta calificación sea de tu agrado, ¿por qué esto es así y que significa ser un “humanista” para ti?
– El humanismo es una ideología bastante manoseada, dado que queda muy bien hacer frases vacías e hipócritas con ella. Por eso, me resisto a definirme como tal. Diré que todo humanismo que se declare compatible con el orden establecido, que no se proponga destruirlo para establecer una sociedad autogobernada y autogestionada, es un falso humanismo, pura declamación y juego palabrero propios de mercaderes de palabras y profesores-funcionarios. Pero es cierto que la condición de ser humano es lo más importante para mí, y es así como considero a los demás. No creo en ideologías ni en militancias ni religiones, sólo en los seres humanos, para mí una persona no es de este partido político, esta tendencia, esta orientación sexual o esta fe, es ante todo un ser humano. No admito las definiciones parciales, de facto mutiladoras, de lo humano, no concibo, por ejemplo, que las mujeres sean sólo mujeres, sino ante todo, seres humanos. Esa es mi gran diferencia con el feminismo, que pretende extirpar lo humano en la mujer para hacer de ella un ente sin espíritu, una mera cosa propiedad del Estado-capital, igual (en realidad peor) que hacía el patriarcado clásico del mil veces maldito Código Civil francés de 1804, la culminación de la execrable revolución francesa, una revolución negativa, igual que la revolución nacional-sindicalista del franquismo. No hay humanismo sin revolución, y no hay revolución sin la emancipación de lo humano, sin rehumanización. Con todo, el humanismo razonable ha de ser relativo, pues las estructuras que están aniquilando lo humano están formadas por individuos, y al combatirlas se combate, se desee o no se desee, a los humanos que las constituyen. Nada es simple, nada está libre de contradicciones y esto tampoco.
Una de las claves que han hecho posible que hayas sido invitado y acogido en ambientes tan dispares como se puedan imaginar, más allá de ideologías, dogmatismos, creencias, modos de vida y sectores sociales, ha sido y sigue siendo que pareces, de alguna manera, si no encajar, sí al menos no desdecir en ninguno de ellos, ¿significa esto que eres un eclecticista, esto es, que recoges lo mejor de cada casa haciéndolo tuyo desde la reflexión y desde la crítica?
– Procuro asimilar lo bueno de todas y todos, escuchar, asimilar. Me considero muy poca cosa, un ignorante, por tanto, un ser que ha de aprender sin cesar, cada día un poco. Las ideologías, los sistemas filosóficos y políticos, nos han llegado en bloques ya definidos, dados, y contra eso me rebelo. Si se observa a cada uno de ellos sin apriorismos, sin filias ni fobias, se encuentra que en casi todos hay una parte de verdad, mayor o menor, que merece la pena ser conservada, y otra parte que es más apropiado desecharla. Y así lo hago. Al mismo tiempo, al reflexionar desde lo humano más sustantivo, desde la ontología misma del ser y el sujeto, alcanzo resultados que saltan por encima de bandos, facciones y fronteras. La tercera causa es la mirada amorosa que suelo dirigir al pueblo, plural y diverso al mismo tiempo, unificado por la opresión y degradación planificada a que le somete el Estado-capital, de manera que procuro aprehender esa pluralidad, para sumar en la superación revolucionaria del enemigo común, el que no está legitimado para existir, el mencionado par. Finalmente, creo que una concepción universalista del mundo y de los seres es la más acertada, por lo que hemos de estar por encima de escuelas y dogmatismos, de especializaciones, exclusiones y parcialidades. Todas y todas, personas y comunidades, tenemos lados buenos y lados malos: pongámonos a la tarea de universalizarnos sumando los primeros y excluyendo los segundos. No digamos nunca que esto es lo que mío, lo que creo, sino agreguémonos a la verdad y el bien existente o por construir en tanto que sugerencia desde la totalidad. Pero no, no soy ecléctico, pues deseo hacer de “mi” sistema de ideas un todo integrado y coherente siempre dinámico, abierto y auto transformable de acuerdo a su propia lógica interna, no una mezcolanza o mixtura informes. Tampoco soy entusiasta del “pensamiento crítico”, pues lo que más me agrada en encontrar ideas que respaldar, actos que admirar y personas a las que felicitar. Es lo que denomino la pedagogía de lo positivo.
Se ha dicho de todo de ti, desde que eres un demagogo, un divulgador o un iluminado, hasta un idealista utópico, un clérigo frustrado o un auténtico revolucionario, siendo muchos los que han querido ver en tu pensamiento posiciones muy cercanas a las tesis libertarias, ¿cómo te definirías a ti mismo?
– Pienso poco en mí mismo, porque pensar en lo pequeño y limitado no me agrada, por tanto me cuesta contestar a esta pregunta. Ya que he de hacerlo, diré que soy un hombre del mundo rural popular tradicional castellano, o sea, un ser del pasado, pues ese mundo, por rural, por popular, por tradicional y por castellano, ya no existe o está a punto de dejar de existir, lo que me lleva al borde del llanto. Además, me defino como sujeto que cree en la revolución integral, en la verdad, el bien y la virtud. He aprendido la perversidad del hedonismo en los filósofos cínicos, la grandeza del ascetismo en Simone Weil, las maravillas de la virtud en Plutarco, la excelencia del amor y la convivencia en el cristianismo primero y la dureza y desolación consustanciales a la vida humana en la puñetera calle, con mucho sufrimiento. Me abruman mis defectos, estoy lleno de mal interior, casi a diario hago, digo y pienso cosas de las que luego he de avergonzarme y me duele avanzar tan poco en mi auto mejora. Pienso que la vida humana es una tragedia y todas las mañanas me esfuerzo por mantenerme en pie con decoro y dignidad, a menudo a duras penas. Venimos de la nada y vamos a la nada, y eso es la realidad más importante de nuestras vidas, algo que no puede ni ser comprendido ni ser solucionado. La muerte es universal y su nombre auténtico es fin, dado que después no hay nada: eso es terrible al mismo tiempo que absolutamente exacto. De ahí que la verdad sea a menudo el descubrimiento de lo más aterrador e irremediable, por eso si no estamos preparados para sufrir con y por la verdad, si no renunciamos al placerismo y al felicismo, sólo podremos existir en la mentira y el autoengaño, en los narcóticos espirituales y las religiones políticas. Pido disculpas por ser tan “pesimista” y tan “negativo” en un mundo de esclavos que ansían ser “felices”, pero es que ser “feliz” suele implicar renunciar a ser humano. Aquí cabe elección y ya he hecho la mía.
Una de tus principales reivindicaciones divulgadoras está siendo la recuperación de la ruralidad y de los valores de las gentes del campo frente al hermetismo y deshumanización que implica vivir en ciudades sin alma, sin embargo, ¿cómo se puede pasar de un mundo basado en el urbanismo más absorbente a una sociedad rural que nos es tan lejana y para la que no estamos preparados?
– No sé con precisión cómo se puede pasar, pero sí que ese tránsito sería positivo. Alguna gente, muy poca por desgracia, está ya abandonando las ciudades, y es posible que en lo que queda de siglo, este movimiento se haga más intenso. El cambio debe ser voluntario, nadie puede ser obligado a realizarlo, claro está. Con la decadencia del Estado, que ya ha comenzado de manera bien visible en la crisis económica actual, se iniciará la decadencia de las ciudades, como sucedió en el imperio romano. Éstas se irán, probablemente, vaciando paso a paso. Una revolución integral ha de imaginar la construcción de una sociedad nueva, tomando como elemento decisivo el campo, aunque considerando un largo periodo de transición. A vivir en el mundo rural se aprende, no es difícil hacerlo si lo que se construye son comunidades humanas fundamentadas en el amor y el servicio de unos a otros. Ir al campo ha de ser, ante todo, realizar un viaje espiritual, una marcha hacia el bien, el coraje y la virtud, en pos de la auto mejora de sí mismo, no un mero cambio de lugar ni una búsqueda, egoísta siempre, de felicidad.
Teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de la población reside en las ciudades y que un traspaso al mundo rural, hoy por hoy, resulta más que difícil, ¿cabe alguna posibilidad de que las ciudades puedan reinventarse positivamente a sí mismas o qué clase de futuro les espera?
– No creo que las ciudades puedan reinventarse, salvo para un periodo de transición, largo y complicado, hacia una sociedad sin ellas, pues eliminado el Estado, su existencia carece de sentido y motivos. Las metrópolis romanas desaparecieron en la Alta Edad Media. Las que sobrevivieron pasaron siglos en la formas de aldeas, Roma incluida. La cultura se salvó en los monasterios cristianos, erigidos casi todos en lugares rurales bien remotos, en donde los textos clásicos se estudiaban, amaban y copiaban cuando ya no interesaban a casi nadie. Monasterios como el de San Martin de Turieno (Cantabria), en el que vivió el gran Beato de Liébana en el siglo VIII. Eran comunidades de mujeres y varones (monacato dúplice), que buscaban la mejora espiritual sobre la base de la proscripción del mal, a saber, la autoridad, la propiedad privada, el egoísmo, la irreflexión y la frivolidad, y la adhesión al bien, la convivencia, el ascetismo moderado y el estudio. Operaban en un marco de autosuficiencia económica, obligatoriedad universal del trabajo manual productivo, autogobierno por asamblea, pobreza razonable y consumo mínimo. Estas gentes realizaron una epopeya portentosa, salvar la civilización y restaurar la calidad del sujeto en Occidente cuando en todas partes la sociedad se derrumbaba en la barbarie. Ello fue un fenómeno rural, no urbano.
En repetidas ocasiones has manifestado tu esperanza en la juventud como la sabia nueva que necesita el ser humano para transformarse, ¿ha tenido que ver algo en esta confianza la protesta pacífica que significó el 15 M donde los jóvenes fueron los principales protagonistas?
– Mi posición ante la juventud es compleja, y está purgada de paternalismo, de manera que no tiendo a adularla con fines oscuros, como es lo habitual. Por un lado, repudio el juvenilismo, esto es, la fe en la juventud por sí misma, puesto que se ha usado para manipular políticamente a aquélla en el siglo XX por el fascismo, el comunismo, la contracultura de los años 60 de dicho siglo y el parlamentarismo, ahora por el gran capital multinacional, que desea empleados jóvenes para exprimirlos mejor, en jornadas agotadoras, y porque son más fácilmente manipulables. Por otro, entiendo que la juventud hoy no está, ni de lejos, a la altura de las exigencias de nuestro tiempo. La encuentro conformista, acomodaticia, volcada en el consumo y el placerismo, ayuna de ideas revolucionarias e innovadoras, a menudo frívola e inconstante, por lo general escasa de energía y vigor, vale decir, ya bastante senil. El triste desenlace del 15-M tiene que ver en buena medida con ello. El sistema educativo lamina las mentes y hace perversa y asocial a la persona, de manera que se está creando una juventud poco esperanzadora. Es penoso comprobar lo fácil que es manipularla, en especial por medio de eso que se denomina “cultura juvenil”, un engendro fabricado por adultos y dirigido a la juventud con fines de dominación mental y desintegración de la persona. Mi convicción es que ha de regenerarse a través de la crítica del sistema educativo y de quienes lo defienden, en particular la izquierda, toda ella pro-capitalista. La juventud ha de ser innovadora y creativa, y por eso me duele cuando observo que, en algún sector, sigue aferrada a antiguallas fúnebres, como el mayo del 68 y cosas así. Crear y construir lo nuevo a través del esfuerzo, el servicio, el olvido de sí y el sacrificio es un bello ideal para la juventud, y es lo único que puedo ofrecerla. No obstante lo dicho, agradezco muchísimo a aquellos jóvenes, ellas y ellos, que me hacen llegar bastante a menudo sus expresiones de coincidencia, apoyo y confianza. Me preocupa no estar a la altura de sus expectativas. Quizá en los próximos años se logre que un sector de la juventud se incorpore a la cosmovisión de la reflexión sistemática y la épica civilizadora en pos de un gran cambio sustantivo. De lograrse, sería una revolución en sí misma y la antesala de la revolución integral social.
Te encuentras en pleno proceso de madurez, sin que después de tantos años de lucha y reflexión, tu compromiso contigo mismo y con el mundo que te rodea haya dejado de crecer, ¿qué le dirías a esas muchas personas que, no siendo tan jóvenes, se sienten desencantados, frustrados después de tanto luchar, sin esperanza en un cambio real y auto excluyéndose de cualquier proceso transformador por considerar su aportación como inútil y fuera de lugar?
– Hasta hace no mucho, he aborrecido a mi generación, y sólo muy recientemente he logrado dejar de hacerlo, impulsado por la idea de que tal estado de ánimo no es moral. Ahora siento pena por ella. Fue tan egotista (yoista, se ha dicho) y crédula, tan oportunista e hipócrita, tan reaccionaria mientras alardeaba sin límites de “revolucionaria”, tan aferrada a la ilusión de lograrlo todo sin hacer esfuerzos de importancia, tan dada a seguir a santones ridículos, comulgar con textos dementes y a tragarse sin pestañear las mayores majaderías, que nunca pude identificarme del todo con ella, por más que en muchos periodos yo no fuera mejor que la media, sólo uno más, tal vez un poco menos acrítico, narcisista y negligente. El politicismo y economicismo, suministrados en dosis enormes por la izquierda, junto con el olvido de lo humano y de la autoconstrucción integral del sujeto, han hecho de mi generación, tal vez la más presuntuosa, engolada y mesiánica de la historia, una catástrofe casi sin atenuantes. Ahora nadie quiere responder ni hacerse cargo de nada, siguiendo el hábito, tan propio de ella, de desentenderse de todo para concentrarse en una sola cosa, la búsqueda ciega del propio interés, la ramplonería existencial y el disfrute de patéticos goces fisiológicos. Mi invitación a los muy pocos de sus integrantes que aún no han renunciado por completo a pensar, es que reconsideremos lo que hicimos, de una manera valerosamente autocrítica, para aportar a las gentes, del presente y el futuro, el testimonio de a dónde lleva el autoengaño, el no pensar con la propia cabeza, la mentalidad de listillos, los utopismos del estómago, el posibilismo y el izquierdismo. Lo primero que deberíamos hacer es pedir perdón. Cuando observo que algunos de sus integrantes siguen contando “batallitas” sobre, por ejemplo, las supuestamente portentosas realizaciones, logros y luchas de la Transición (1974-78), vuelvo a mi idea recurrente: esta gente no tiene remedio. Que siga confiando en la izquierda, que hace de banquera por las mañanas, en las Cajas de Ahorro y demás empresas del capitalismo de Estado, y por la tarde de “anticapitalista”, cubriéndose de ridículo. La izquierda destruyó a mi generación, igual que el franquismo trituró a la precedente. La diferencia es que está vio a su verdugo como verdugo y la mía lo sigue considerando como redentor del género humano.
Otro de los grandes soportes de tu pensamiento político es la consecución final de una sociedad sin estado, ¿cómo se puede sostener una meta como esta que nunca antes, salvo breves paréntesis históricos, ha sido alcanzada? ¿se trata de un reto o de una utopía?
– Finiquitar al Estado es decisivo, pues en contra de lo que Hegel expuso, muy bien financiado por el ente estatal prusiano, es la negación de la libertad, además de la imposición de la inmoralidad, la devastación de la persona, el colapso de los valores de la civilización y la aniquilación integral de lo humano. Roma fue destruida por el Estado romano, como expuso Salviano de Marsella, y ahora Occidente está siendo sepultado en la barbarie y la incivilidad por los mega-Estados que lo dominan, agrupados en la Unión Europea. El fin del Estado, con una gran revolución restauradora de la libertad equitativa para todas y todos, con pluralismo, es la precondición de cualquier reflexión bien orientada. La cuestión es doble. La noción de revolución y sociedad sin Estado es imprescindible como tal idea, sea o no hacedera en la práctica, pues es una gran verdad y al mismo tiempo una colosal necesidad. Aspirar al poner fin al enemigo número uno de la libertad sirve para no caer en el posibilismo, para evitar el reformismo, para no pasar a cooperar con el Estado, que es el despeñadero en que se destruyen todos los partidos, todos los movimientos y todos los individuos inicialmente bienintencionados. A favor o en contra del Estado, aquí y ahora, marca la diferencia entre la reacción y la revolución. Esto no tiene apenas nada que ver con que en la realidad sea o no posible hacerlo, y sea o no posible construir una sociedad sin artefacto estatal. Aunque fuera imposible lograr ambas metas es necesario pensarlo, y desearlo, y proponerlo, y obrar como si fuera hacedero. La verdad está por delante de todo posibilismo, de cualquier pragmatismo, de no importa qué utilitarismo, y la verdad es que el Estado es un gran mal. Apostar por la revolución y por una sociedad sin ente estatal nos hace seres humanos con dignidad y auto-respeto, con inteligencia y sociabilidad, con dinamismo y entusiasmo. Al marcarnos una meta tan colosal como ésta, y de tal descomunal complejidad y dificultad, nos mejoramos como personas, pues la grandeza del sujeto depende, ante todo, de la grandeza de los fines que se marca. Las metas complicadas crean individuos mejores, y las metas muy complicadas individuos mucho mejores. Debemos dejar de lado las cavilaciones sobre lo posible para concentrarnos en las reflexiones sobre qué es la verdad en cada cuestión concreta. No sólo importan las metas como logro sino también, y a menudo más, las metas como estímulo y acicate. No sólo vale lo conseguido, sino la lucha y brega por ello, pues todo logro es relativo y parcial mientras que el esfuerzo y la lucha son y serán siempre eternos y absolutos, de manera que lo sensato es preferir la lucha a los resultados. Por lo demás, sólo la historia dirá si es o no posible una revolución de la libertad, que ponga fin al dominio de las elites organizadas como Estado. Mi idea es que será quizá posible con: 1) una alta calidad media del sujeto, 2) el rechazo del colaboracionismo y de cualquier estatolatría, 3) la unión de todas las tendencias, fuerzas y corrientes populares en torno a un programa mínimo de revolución integral, 4) la derrota política e ideológica de la principal fuerza pro-estatal hoy, la izquierda en todas sus variantes, que es la forma decisiva de reacción política, por delante de la derecha, 5) la introducción en la acción transformadora de la brega por los valores y la autoconstrucción de la persona, superando el politicismo y el economicismo, 6) la formulación de una estrategia y un plan de acción a largo plazo, en el cual cooperen varias generaciones durante un dilatado especio de tiempo, 7) estableciendo una cosmovisión del esfuerzo y el sacrificio consciente y autoescogido, 8) la formulación un programa de transformación integral de la sociedad actual y del ser humano de la contemporaneidad.
Teniendo en cuenta que la agresión estatal contra sus “súbditos” es cada día más intensa, cruel y despiadada, ¿es legítima la violencia para defenderse de la represión impuesta por las estructuras de poder?
– No soy pacifista. Es más, considero el pacifismo como un dogmatismo funesto, otro más, que sustituye el estudio concreto de la realidad por la mera exposición de una supuesta verdad a priori que se repite una y otra vez en abstracto, devastando la capacidad de pensar de las personas. Soy partidario de la concepción clásica sobre guerras justas y guerras injustas, sobre violencia justa y violencia injusta. Son los criterios políticos y morales en cada circunstancia los que pueden decirnos si una guerra es justa o injusta. La oposición armada popular al levantamiento militar del 18 de julio de 1936 es un ejemplo clarísimo de guerra justa. También lo fue la del pueblo vietnamita contra EEUU, terminada victoriosamente en 1975. Además de la pertinencia o no, en el plano político y moral, de una forma concreta de violencia, está la idónea realización práctica de ésta, según los criterios del arte de la guerra. En general, la gente radical no lee libros sobre el arte de la guerra, pero yo sí lo hago regularmente, pues la violencia es una forma más de experiencia humana que debe ser comprendida de manera objetiva, con rigor y sin anatemas satanizantes, si bien una experiencia con muchísimos inconvenientes y negatividades. En las presentes circunstancias, si bien puede ser legítima la autodefensa simple contra, por ejemplo, una carga o agresión policial concretas, las tareas a realizar han de ser de tipo pacífico, esto es, político, reflexivo, de creación de tejido social, de avance de la autoorganización popular y de la autoconstrucción del sujeto. El enorme poder que tienen hoy los Estados, hace imposible toda forma de acción violenta anti-sistema, y eso explica que los grupos armados que han operado en Europa en los últimos decenios, o han sido extinguidos por la represión o bien han abandonado la acción armada, decisión sensata, no hay duda. Por los demás, estos grupos no eran más que reformistas armados, socialdemócratas con pistolas o incluso grupos neo-totalitarios camuflados (juicio sólo parcialmente matizable para alguno de los casos), con los que he tenido siempre diferencias abismales. En el actual momento histórico, la cuestión de la violencia revolucionaria no tiene significación práctica, y lo que venga después tendrá que ser examinado en su día, pues hoy, sería ocioso especular al respecto de unas condiciones que tardarán bastante en darse.
Estamos asistiendo a las pomposas celebraciones con las que el Sistema está conmemorando el doscientos aniversario de la Constitución de Cádiz de 1812, también conocida como “la Pepa”, ¿cabe preguntarse si después de todo este tiempo, la vigencia de esta y otras normas, podría obedecer a un plan urdido desde los bastidores del Poder para asegurar su perpetuación con el Gran Hermano como garante?
– Si, la revolución liberal y constitucional, que en nuestro caso se inicia formalmente con la Constitución española de 1812, es un gran proyecto para la construcción de un mega-poder estatal. Esto, unido a la emergencia del capitalismo, crea una sociedad totalitaria cuya meta es, no sólo dominar, sino también y sobre todo destruir al pueblo, como tal y a cada una y uno de sus componentes. Es triste que no se entienda que las revoluciones liberales, comenzando por la revolución francesa, aún idolatrada por la izquierda toda, pro-capitalista siempre, es un proyecto genocida, cuya designio es destruir lo humano para sobre-dominar al pueblo. No comprender esto lleva a no entender nada de lo que ha pasado en los últimos doscientos años, y hace incapaces a quienes en tal error, incurren de obrar hoy con sentido transformador, en lo político y social tanto como en lo espiritual y personal.
¿Has soñado alguna vez con la sociedad, en su conjunto, reunida en Concejo Abierto haciendo uso de su plena Libertad?
– Yo sueño escasamente, en general duermo bien y pocas cosas me perturban, ni positivas ni negativas, pues toda alteración emotiva extrema, tiene que ponerse en cuarentena, dado que nos priva de lucidez y objetividad. Lo dicho no debe entenderse como un rechazo de la vida emocional, que es parte legítima de la existencia, y resulta comprensible y coherente como tal parte, esto es, como experiencia subordinada al conjunto, al todo de las operaciones anímicas. Dicho esto diré que sí, que la grandiosa visión de una sociedad organizada políticamente en una gran red de Concejos Abiertos omnisoberanos, sin ente estatal ni clase empresarial, en la que las personas decidan en un ambiente de hermandad y mutua comprensión, es magnífica y ha de ser tenida como única expresión de la libertad, siendo todo lo demás tiranía y dictadura. Mi idea del mundo es bien simple, extraída del universo rural tradicional y aplicable a remediar los grandes males de nuestro tiempo, que no requiere de abstrusas teorías inventadas por charlatanes y pedantes. Se sintetiza en la expresión, “árboles, niñas-niños y concejo abierto”. Los árboles para remediar la catástrofe medioambiental, las niñas y niños en tanto que quintaesencia de las fuerzas innovadoras de la humanidad, vencedoras de la senilidad, esterilidad, pereza y egotismo dominantes, y el concejo abierto, como orden a la vez político, convivencial y espiritual, con democracia, trascendencia y valores, con gentes que se miran a los ojos mientras debaten, se quieren, se ayudan, disfrutan los unos de los otros y se respetan. Tenemos que dejar atrás una etapa aciaga de la historia de la humanidad, la actual, y construir una nueva sociedad, un nuevo ser humano y un nuevo sistema de convicciones y valores. Hay que hacerlo cueste lo que cueste. De ello depende el futuro de la humanidad.
Tú que admiras a los estoicos y que, en ocasiones, dejas traslucir un sentido trágico de la existencia, ¡crees que hay esperanza para el ser humano?
– No sé si hay esperanza para el ser humano. Si se hace un estudio objetivo de la situación, según las reglas del análisis estratégico más riguroso, la respuesta es que probablemente no la hay. La causa principal no es otra que la devastación de la naturaleza, el supuesto agotamiento de la energía, la crisis económica o alguna cuestión similar, material; está en la destrucción de la esencia concreta humana de manera consciente, deseada y planificada por el par Estado-capital. Eso lo constatamos todos los días. Si las y los que antaño fueron seres humanos, con todos sus defectos pero humanos, están dejando de serlo y nadie hace apenas nada al respecto, no sólo no se denuncia y combate, sino que ni siquiera se comprende, no hay futuro. El Estado está cada vez más agresivo contra lo humano, y es cada vez más destructivo y aniquilador de los factores de la civilización, mientras que la respuesta espontánea popular, colectiva o personal, decae paso a paso y es cada vez menor, amenazando con cesar casi del todo en sólo unos años. Es lo que califico de “el triunfo del Estado”, triunfo total, abrumador, terrible. En una situación así, se hace muy tentador seguir el dicho estoico, “retírate al interior de ti mismo y permanece ahí”, pero si lo hago es sólo para reafirmarme en mí mismo, movilizando las fuerzas que tenemos, casi siempre mal aprovechadas, allá al fondo del yo y retornar a la contienda. La situación es tan terrible que, por ejemplo, hay millones de personas que detectan y condenan la destrucción medioambiental, muy real por lo demás, pero apenas un puñado que percibimos y nos horrorizamos ante la monstruosa inmolación de la condición humana. Dicho de otro modo, estamos tan deshumanizados y encanallados, que ya no tenemos ni sensibilidad para observar el holocausto en curso. La cuestión clave no es qué va a suceder, pues esto tiende a convertirnos en espectadores y en sujetos pasivos, sino qué va a hacer cada uno de nosotras y nosotros, como individuos, y qué vamos a hacer colectivamente. Mi decisión ya está tomada, y consiste en resistir, de forma numantina, la destrucción de lo humano, haya o no haya posibilidades de victoria. Sé que estoy inmerso en una batalla desesperada que no puede ser ganada, debido al trágico decaimiento de las capacidades y facultades espirituales que, en tiempos pasados, fueron parte constitutiva de lo humano. Por tanto, me declaro, al mismo tiempo, derrotado y luchador hasta el final. Como los cántabros frente a Roma, sólo contemplo dos posibilidades, o morir luchando o morir cantando, pero no, o apenas nada, vencer, salvo si la victoria se concibe como lucha. Atisbo, empero, alguna esperanza, si las mujeres se sumasen a la pelea, si decidiesen tomar posiciones de combate e iniciar una larga contienda de aniquilación contra el par Estado-capital para salvar lo todavía salvable de la condición humana. Su primer movimiento tendría que ser divorciarse con consciente furor del Estado y sus agentes, convertidos en el nuevo “pater familias” ultra-posesivo del discurso neopatriarcal, producido por el poder constituido para romper, destruir y devastar a las mujeres, para cometer feminicidio, que es la última y definitiva fase del proyecto estatal y capitalista dirigido a la consumación de la ruina y devastación de la esencia concreta humana. Si el poder logra domeñar y demoler a las mujeres, o bien ponerlas a su servicio, entonces todo habrá acabado, ya no quedará sitio, muy posiblemente, para la esperanza. En tal caso, sólo subsistirá una subhumanidad lastimosa, enferma y horrible, sometida a un trabajo productivo incesante, dirigida por el poder constituido desde la cuna a la tumba, meros robots sin inteligencia, sin voluntad, sin sensibilidad, sin afectos, que odiarán la libertad, despreciarán la verdad, se mofarán del bien moral, escupirán sobre los valores y se ciscarán en la virtud, o más exactamente, nada les importará ni interesará la libertad, la verdad, el bien moral, los valores y la virtud dado que no lograrán comprender, en absoluto, lo que son y significan, una vez que les hayan sido extirpadas definitivamente sus facultades pensantes y sinsoras por el despiadado “cirujano de hierro” de la ultra-modernidad. Sería entonces la sociedad, una gran horda de brutos y vándalos con apariencia humana, entregados a incesantes grescas cainitas con sus iguales y por tanto totalmente dóciles, obedientes e hiper-sumisos al poder constituido, estatal y empresarial, sin vida afectiva, ni emocional, ni sexual, puro impulso productivo y mega-servil en un marco de odio mutuo extremado, guerra de todos contra todos, ignorancia sistémica, incapacidad de pensar, colapso de la salud física, codicia insaciable, soledad abrumadora, fealdad indescriptible, ruina del mundo natural, torpeza y zafiedad completas, desvanecimiento de la voluntad, vaciamiento completo de las mentes, pérdida del lenguaje y decaimiento consumado de la vida espiritual. Ese es el futuro más probable, una sociedad de seres-nada asombrosamente perversos. De nuevo pido disculpas por no poder ser más “positivo”, pero mi aprecio por la verdad no me deja otra opción. En oposición a todo ello, que es el gran problema de nuestro tiempo, mi elección está clara. Que cada una y cada uno haga la suya.
¿Eres consciente de que puedes estar convirtiéndote en un elemento “peligroso” para quiénes manejan los resortes del Sistema? ¿Tienes miedo de estar “sobrepasando” la línea roja marcada por los esclavizadores de conciencias?
– Sí, soy consciente. El sistema de dominación se basa, a fin de cuentas, en la fuerza, y la usa cuando le es necesaria. No creo que eso vaya a suceder, en lo que a mi respecta, a corto plazo, pero no lo descarto más adelante. Yo ya viví la represión franquista, y la sufrí con mucha dureza. Respecto a tener miedo, pues sí, algo sí, pero lo decisivo no es el miedo, sino su control. Sentirlo es humano, y controlarlo, haciendo lo que se debe a pesar del miedo, también lo es. Ahora bien, mientras la sociedad esté detenida y estancada, no habrá problemas graves de represión. Cuando se ponga en marcha, sí.
Numerosas intervenciones públicas
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Entrevista a Félix Rodrigo Mora, por parte de la periodista catalana Alicia Ninou “Alish”
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