Paradójicamente de todas las fiestas cristianas, la que tiene más claros orígenes paganos, será la Navidad…
Hay que pensar en este sentido, que en los evangelios, ya sean canónicos o apócrifos, nada se dice de la fecha de nacimiento de Jesucristo. Y de hecho, en el evangelio según san Lucas, daría la impresión de que el nacimiento de Jesús no se habría producido en pleno invierno sino en primavera o verano, pues literalmente se nos dice: “que había en aquella región algunos pastores que velaban de noche vigilando el ganado” (Lucas, 2,8). Pastores que a la sazón y como todos sabemos, habrían sido testigos del nacimiento del “niño-dios”. Siendo así y sabiéndose como a día de hoy se sabe que en la Palestina de aquel tiempo, el pastoreo se practicaba durante la primavera y el verano, no parecerá que precisamente la noche del solsticio de invierno, dichos pastores anduvieran al raso con sus animales…
Y es que en cualquier caso, para el cristianismo de los orígenes y la iglesia primitiva, lo importante en la vida de un santo no era el día de su nacimiento, sino la fecha de su muerte. Pues esa era la fecha de su unión con Dios. De su “renacer” en los Cielos.
De hecho desde el siglo V, la iglesia de Oriente celebraba no el día del nacimiento de Jesucristo, sino el de su primera aparición pública. Es decir la epifanía, la adoración de los Reyes Magos el día 6 de Enero.
No teniéndose así en los albores de la Iglesia una idea clara de cuando habría nacido Jesús, hasta el siglo IV se propusieron diferentes fechas: el 6 de Enero, el 28 de Marzo, el 18 de Abril…
¿Por qué se aceptó entonces y finalmente el 25 de diciembre como la fecha de “La Navidad”?
Bueno, pues vamos a ver si es posible responder a esta pregunta…
El paganismo grecolatino y en general el paganismo europeo de la Antigüedad, tras su aparente politeísmo, escondía sin embargo el reconocimiento de una Divinidad Suprema. Una suerte de “padre de los dioses” al que todas las demás divinidades estaban supeditadas, y que desde un punto de vista más metafísico, tenía en todas esas otras divinidades, meros atributos o accidentes de su sustancia eterna e inmutable. Es decir, el politeísmo pagano era en realidad un henoteísmo. Aquí y para el ámbito del mundo romano, dicho “padre de los dioses”, fue en principio equiparado a Júpiter. E ideas análogas pueden encontrarse también en torno al Odín escandinavo.
En cualquier caso este henoteísmo del paganismo europeo, apuntaba a su vez a una idea muy propia del mundo grecolatino, que era la idea de que este mismo Dios Supremo, era conocido con distintos nombres y adorado con distintos ritos, según la idiosincrasia de cada pueblo y lugar.
Dicho esto, nos vamos a encontrar con que desde el siglo II d.C., proveniente del antiguo mundo indoiranio, y a través fundamentalmente de las legiones y los soldados de Roma, se va a expandir en el Imperio la religión del mitraísmo.
En ésta, el Dios Supremo es identificado con el Sol. Entendido éste como símbolo del principio superior auto luminoso, que tiene en sí mismo y no en otro, la fuente de su luz y su ser.
En Roma y por influencia del mitraísmo, el culto al Sol adquirirá carta de naturaleza a través del emperador Caracalla, primero vinculándolo al culto a Apolo, y después a lo largo del siglo III y de mano de los emperadores Heliogabalo y Aureliano, convirtiéndose en cabeza del panteón romano como Deus Sol Invicto.
Este “Sol Invicto” de Aureliano es un dios anicónico, sin figura corporal o representación en imágenes e iconos. Es un dios por decirlo así “metafísico”. Un Sol que no es entendido en clave astronómica o naturalista y que tampoco pretende suplantar a ningún otro dios, porque precisamente está por encima de todos los dioses. Es el símbolo del “principio supremo”, del “motor inmóvil”, del generador y sustentador de toda luz, de toda vida, de toda fuerza, más allá de las vicisitudes de la existencia condicionada. Más allá del espacio y el tiempo y el devenir del mundo contingente.
La fiesta del “nacimiento” de este Sol Invicto (Dies Natalis Invicti Solis) la fijará el propio Aureliano en el solsticio de invierno, es decir el 25 de diciembre. Y esto se hará con toda la carga simbólica que esto implica: tras el solsticio de la noche más larga, el sol renacía de nuevo siempre triunfante e invicto frente a las potencias de la oscuridad y el caos. Más allá del mundo condicionado del devenir, la “Luz Suprema” ni se aparta ni se agota y una y otra vez renacía triunfante mostrando “el Camino”.
La efeméride se celebraba por todo lo alto con vistosas ceremonias y juegos en el circo, y a su vez quedaba impregnada de una clara impronta de mitraísmo. Pues Mitra, el dios solar llegado de la antigua Persia que tanto predicamento tenía entre las legiones, también había nacido un 25 de diciembre y era fácilmente equiparable al Sol Invicto de Roma.
El emperador Constantino hizo al Sol Invicto su suprema divinidad y conforme a la doctrina religiosa y espiritual de Roma, se hizo identificar con el mismo Sol Invicto. Como su Imperator y Pontifex en la Tierra.
Aquí hay que entender que Roma no estará intentando negar la religión anterior, sino armonizar el antiguo politeísmo grecolatino con la idea de un Dios Supremo, siendo politeísmo y monoteísmo, distintas expresiones de una misma realidad superior y divina.
Ahora, todo esto ocurría en paralelo al desarrollo del cristianismo, que era la otra gran religión llegada de oriente próximo. Religión que también manejaba ideas y principios paralelos a los que se estaban dando en torno al mitraísmo, y que habiéndose convertido en la religión preferida por las clases populares, era por decirlos así, el “competidor directo” de la religión de Mitra.
Es a partir de aquí que entraremos en uno de esos momentos decisivos de la Historia… La convivencia posiblemente un tanto confusa, entre el antiguo politeísmo pagano, el mitraísmo y el culto romano al Sol Invicto, así como el pujante y cada vez más popular cristianismo, llevó a Constantino mediante el edicto de Milán (313 d.C.), a establecer la libertad religiosa en el Imperio. Poniéndose fin a siglos de recelo y persecuciones contra el cristianismo. El propio Constantino se convertirá a la religión cristiana y ese Dios Supremo anteriormente llamado Apolo y posteriormente Sol Invicto, pasara a ser ahora el “Cristo Jesús”.
El recién reconocido cristianismo, con valedor en el mismísimo emperador, se convertirá a partir de ese momento en el rival declarado del mitraísmo. Pues las similitudes entre ambas religiones, así como sus disparidades irreconciliables, condujeron a la necesidad de que solo una de ellas prevaleciera…
Es así que a través de un proceso de sustitución y apropiación el concilio de Nicea (325 d.C.) fijará el nacimiento de Jesús como “Sol Verdadero”, el 25 de diciembre.
Esto se hará sin necesidad de forzar la propia doctrina cristiana, pues en ésta los profetas Isaías y Malaquías, habían anunciado la llegada del “mesías” como Luz y Sol en la oscuridad, y eso precisamente, es lo que se simbolizaba en las fiestas del solsticio de invierno.
Del mismo modo, en el evangelio según san Juan, la idea de la Luz Suprema y su asimilación a Jesucristo ocupará un lugar fundamental: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la Luz brillaba en la tinieblas, y las tinieblas no podían sofocarla…” (1,4-5).
Es decir, la imagen de Jesucristo como Sol Invicto, fue aprovechada para la evangelización y la expansión del cristianismo. Planteándose la persona de Jesús como la plenitud del Dios Supremo en la Tierra, como Hombre y como mártir, para la redención del resto de todos los Hombres. Todas las religiones previas serán consideradas entonces como aproximaciones limitadas o directamente fallidas, de una plenitud, que solo en Cristo alcanza su verdadera realización.
En todo caso, el proceso de cristianización del antiguo mundo romano será largo y en ocasiones confuso. Y así en el siglo V el papa León Magno, señalará preocupado como los fieles en muchas ocasiones, antes de entrar en el templo, se volvían y saludaban al Sol…
Fue necesario entonces realizar precisiones teológicas indicando que en la Navidad se celebraba el nacimiento del “creador del sol”, y no al “sol como creador”…
La imagen de Jesucristo como “Sol Victorioso” queda en cualquier manera vinculada a la tradición cristiana y la Eucaristía será representada como un círculo que emite rayos brillantes y del mismo modo las custodias, tendrán esa simbología solar.
En definitiva
El largo y complicado proceso histórico, cultural, religioso y espiritual del Imperio Romano y la Tardo Antigüedad, habrá conducido a través del henoteísmo pagano y de la idea del Dios Supremo, a un escenario de convivencia, influencia y pugna entre distintas posibilidades religiosas en la que dejando atrás el mitraísmo y el Sol Invicto romano, el cristianismo habrá salido vencedor.
En dicho proceso el cristianismo habrá hecho suya la fiesta del 25 de diciembre ubicando en dicha efeméride, el nacimiento de Cristo. Siendo esa y desde el concilio de Nicea en el 325 d.C. la fecha de la Navidad.
El cristianismo salía así vencedor del proceso religioso y espiritual del Bajo Imperio, pero no lo hacía sin quedar influenciado por dicho mundo y sus tradiciones, incorporándolas entonces a su acervo y su doctrina. Conduciéndose a partir de ahí y a través del catolicismo medieval, de acuerdo a lo que algunos han llamado “heleno cristianismo”: Cristianismo europeo o europeizado que se contrapondrá a la impronta judeocristiana propiamente dicha.
Los conflictos medievales entre el Emperador y el Papa y posteriormente entre el catolicismo y el protestantismo, parecerán apuntar en la dirección de ese alma dual de la tradición cristiana. Un tema apasionante que por ahora y sin embargo, dejaremos para otra ocasión…
Artículo elaborado a partir de “El origen de las fiestas. La cristianización del calendario”. De Domingo Domené Sánchez. En Ediciones del Laberinto. 2010. Pág. 218-223.
Gonzalo Rodríguez García
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