La doctrina de la igualdad de los hombres - Enseñada por todos los pueblos, tanto por las iglesias como por los apóstoles del bolchevismo, ha tratado de vencer a la idea original de la raza y suprimir entre los pueblos las barreras naturales propias de las leyes de la vida y de la evolución. La Iglesia ha unido en comunidades religiosas a hombres que estaban separados y diferenciados por su raza. Y, según el sermón de los curas, un hombre de raza negra bautizado católico está más cerca de una mujer aria católica que de un blanco no católico, siendo estos dos últimos parientes debido a la sangre. La iglesia siempre ha hablado de matrimonios mixtos sin pudor. Los ministros de culto rechazaban el matrimonio entre arios de confesiones diferentes, pero bendecían sin dudarlo, a veces con cierta satisfacción interior, un matrimonio entre un Judío o un Negro bautizados y una joven aria cristiana bautizada.
Mientras que la Iglesia incitaba (y sigue haciéndolo) a las gentes a determinar su elección conyugal en función de consideraciones religiosas. La sociedad liberal se esforzaba en impulsar a sus miembros a no elegir como compañero más que en función de su rango social, de manera que la mayoría de veces se descuida(ba) el valor hereditario y racial. La elección conyugal no estaba, pues, determinada por el vigor del hombre, el encanto y la alegría de la mujer, sino por la pertenencia a la misma comunidad de ideas o el importe de la dote. Y así los hombres, olvidando la selección de la especie, se unieron con impura sangre extranjera y destruyeron así su patrimonio hereditario.
El bolchevismo, emanado, como el pensamiento religioso, de una concepción judía, abolió finalmente todas las barreras naturales entre las razas y los pueblos. ya durante siglos las Iglesias habían enseñado que el ideal, al final de la evolución, era la constitución de un solo pastor y de un solo rebaño; el bolchevismo exigía igualmente el caos de las razas como último objetivo.
Cuando elementos de nuestro pueblo comenzaron a mezclarse con hombres de especie diferente, su vitalidad disminuyó a consecuencia de ese cruce racial. La especie de la que el romano Tácito dijo un día: "que no se parecía más que a sí misma" se mezcló y se convirtió en impura. En lugar de las bellas y sanas estaturas de nuestra raza de actitudes y comportamientos armoniosos, aparecieron entonces especies cuyo estado de espíritu era inestable. Exteriormente inarmónicos, tenían también muchas almas en su corazón. Su carácter no era fuerte ni homogéneo; estaban interiormente desgarrados en sus pensamientos y en sus valores. Cuando nuestros compatriotas perdieron su unidad de raza y carácter, pronto dejaron de comprenderse los unos a los otros.
Unos mismos hombres de la misma raza de conducen de la misma manera ante un destino puesto que tienen la misma alma y el mismo valor de carácter, el mismo sentido de la vida y el mismo objetivo. Unos hombres de la misma sangre y del mismo patrimonio hereditario no sólo tienen la misma concepción de honor, de la libertad y de la fidelidad; tienen el mismo espíritu de decisión en el combate ante el peligro, y conciben a Dios de la misma manera. Un pueblo cuyos elementos tienen en común el mismo carácter hereditario presenta una unidad viviente, fuerte en sí misma, clara en todas sus decisiones. Unos hombres de raza diferente piensan diferente en lo que se refiere al valor del carácter, el amor y el matrimonio, el derecho y la justicia. Se comportan de una manera diferente con sus amigos y sus enemigos e igual les sucede en los momentos de peligro.
Si un pueblo está racialmente mezclado, le falta de unidad corporal y espiritual. No hay un pensamiento común, ni una voluntad unitaria, ni de creencias ni de comunes concepciones de la vida. Es así, nuestros pueblos, a consecuencia de cruces raciales, se ha alejado del antiguo ideal de belleza y heroísmo. Se le han presentado como figuras ideales de la vida, criaturas enfermas y miserables santos, cuando su héroe y modelo era, antaño, héroes cómo Sigfrido. Una evolución como esta ha conducido siempre a la desaparición de los pueblos.
Somos conscientes de la profunda verdad contenida en esta frase del Führer: "El pecado hereditario contra la sangre y la raza constituye el único gran pecado de este mundo, y el final de los pueblos que lo cometen".
Artículo de Parabelum, extraído de: https://vk.com/parabellumspanien?w=wall-116614656_277
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