sábado, 23 de diciembre de 2017

EL RURALICIDIO ESPAÑOL DEL SIGLO XXI


Una amenaza se cierne sobre el medio rural español. Según las últimas previsiones, de los 8.125 pueblos que existen en España, 4.955 tiene menos de 1.000 habitantes y se teme lo peor para ellos, su abandono.

Con la pérdida de estos pueblos y aldeas, se perderán a su vez, quizá para siempre, vínculos y tradiciones más que centenarias. No sólo es la desolación de las ruinas en que se convertirá el caserío de estos núcleos, es el naufragio de comunidades enteras que a lo largo de los siglos hicieron su vivienda allí, con sus fiestas y sus duelos: todo un modo de vida concreto y local desaparece. Los que han muerto en esos pueblos, allí quedarán enterrados sin que apenas nadie se acuerde de ellos. Los que abandonaron la aldea, quedarán desplazados y desarraigados, serán forasteros en la ciudad a la que se trasladen y tendrán mientras vivan la nostalgia de aquel lugar donde crecieron.

Se apuntan las causas de este abandono rural. Se habla del envejecimiento demográfico, del bajo relevo generacional, de la baja natalidad y de la escasez de puestos de trabajo… Todo ello parece condenar a nuestros núcleos rurales al abandono y la extinción. Todo eso es cierto. Faltan políticas eficaces que fomenten la natalidad española y que proporcionen el trabajo en los medios rurales; pero no es la solución omitir estas medidas necesarias mediante la sustitución de nuestra población natural, trocándola con población meteca; tampoco vale mantener artificialmente el entorno rural con empleos precarios y de obsolescencia programada a través de subvenciones. La política de natalidad debe ser auspiciada por ventajas reales que favorezcan que una familia pueda ser numerosa y, para esto, hay que ofrecer empleos de calidad, garantizando una estabilidad que hoy está puesta en tela de juicio por el deterioro de los derechos laborales, ejecutado por todos los partidos políticos oficiales. No queremos limosnas de Europa que nos subvencionan para aprisionarnos, manteniendo nuestra capacidad y competitividad productiva en los parámetros que marca el mercado global.

Pero si todo eso es cierto, tampoco podemos olvidar que el desmantelamiento de los servicios básicos –que se está realizando a cencerros tapados- contribuye mucho al abandono rural. Al oriente de la provincia de Jaén (que es lo que conozco de primera mano), en plena Sierra de Segura, encontramos todavía vestigios de una población diseminada en multitud de aldeas, algunas abandonadas hace décadas y otras que están bajo la espada de Damocles: en las que todavía permanecen los vecinos, estos resisten con los servicios mínimos, siendo constreñidos cada día más a un severo detrimento de estos servicios públicos. Parece que la tendencia es concentrar los servicios en el núcleo más poblado, lo cual podría ser hasta lógico teniendo en cuenta la dispersión poblacional. Tendríamos así tal vez el esquema de una estrategia que trataría de atraer a los que todavía resisten en la aldea, para que, abandonando sus moradas, vinieran a instalarse en el municipio más “populoso” incrementando su vecindad. Pero el hecho es que el mismo municipio “populoso” sufre de los mismos achaques que sus aldeas y, por otra parte, nada asegura que los vecinos de las aldeas terminen por asentarse en el núcleo más poblado de su referencia que, a su vez, está viéndose despoblar.

Para que, en vista de la crisis rural, una presunta estrategia como esa pudiera surtir efecto habría que tener previamente dotado al “municipio de referencia” de mejores servicios. En el caso de la comarca que conozco, la multitud de aldeas esparcidas por su vasto término municipal apenas cuenta con los servicios básicos: en algunas de ellas se está desmantelando incluso el servicio de correos y no han tenido nunca ni escuela ni ambulatorio. Pero si vamos al municipio referencial de esta comarca, resulta que el hospital comarcal más próximo lo tiene, por carretera de montaña, a una distancia de 61,6 kilómetros que suponen 1 hora y 26 minutos de viaje.

Nuestro medio rural no se encuentra dotado ni mínimamente de infraestructuras básicas, como son las sanitarias. Pero, sin embargo, nos consta a todos que algunas administraciones autonómicas han llegado a construir aeropuertos a troche y moche, aeropuertos que han costado su dinero construirlos, pero que no son rentables; y, más todavía, que suponen una constante sangría económica, pues mantenerlos abiertos no cubre los gastos y “además, casi más grave que el coste anual que suponen es su deuda. Entre estas 13 infraestructuras poco útiles suman más de 750 millones de euros en créditos que, funcionen o no, habrá que pagar” (según Inés Calderón, “A España le sobran 13 aeropuertos…”, elEconomista.es) ¿Ha visto usted exigirle responsabilidades a alguno de esos que, políticos o empresarios, tuvieron la brillante idea de sembrar España de aeropuertos vacíos? Yo, no. Lo que sí he visto son ancianos y ancianas, bajo la lluvia, ir desde sus aldeas andando al ambulatorio más cercano de Pontones y a todos los que me encontré los monté en mi coche para ahorrarles la caminata, faltaría más.

Tenemos así que nuestro medio rural está desfavorecido, desatendido en lo más básico y prioritario, mientras que señores de chaqueta y corbata realizan faraónicas obras aeroportuarias con el dinero de todos, nos endeudan y se van de rositas. Y mientras, no hay hospitales, las escuelas se cierran, los carteros no vienen; pero, eso sí, la gente paga sus impuestos como paganos.

Para mantener la población en el entorno rural hay que fijar anclajes: el laboral, el familiar, el sanitario, el educativo, el de las comunicaciones, conservando a capa y espada los servicios mínimos y haciendo para que dispongan de más y mejores. Esto no lo arreglará nunca una subvención aquí y otra allí para hacernos siervos de quien nos subvenciona: esto sólo puede arreglarlo una gestión inteligente de la administración que no puede prescindir de un auténtico compromiso ético y político, local y localizado, con la realidad rural.

Y si eso no llega, nuestros pueblos serán masacrados sin efusión de sangre.

Escrito por Manuel Fernández Espinosa. Extraído de Katehon:
http://katehon.com/es/article/el-ruralicidio-espanol-del-siglo-xxi

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